Enemigo al acecho: enfermedades y epidemias en la Guerra del Pacífico
El avance del ejército chileno en territorio boliviano y peruano durante el desarrollo de la Guerra del Pacífico (1879 – 1884), significó para sus efectivos, provenientes en su mayor parte del mundo civil que se integró a la vida castrense con motivo del estallido del conflicto, afrontar a nuevas experiencias y desafíos. En Antofagasta, Tarapacá, Moquegua, Lurín, Lima o la Sierra, conocieron paisajes, personas y culturas distintas a lo que estaban acostumbrados, además de llevar su cotidianidad en campamentos sometidos a la disciplina militar, alejados del terruño y de sus seres queridos.
Una circunstancia ineludible fue la enfrentarse a enfermedades desconocidas para ellos, propias del clima tropical y subtropical, diferentes al mediterráneo característico del Chile central, de dónde provenía la mayoría de los soldados. Según la investigación de Nancy Miño, los chilenos se vieron aquejados por la malaria, paludismo, fiebre amarilla, disentería, peste bubónica entre otras afecciones, las cuales no siempre eran combatidas de manera eficaz debido a la crónica falta de médicos, además de las precarias condiciones sanitarias en las que los soldados afectados eran atendidos.
Respecto de las tercianas, una variedad de la fiebre palúdica, que a partir de una infección provocaban alzas de temperatura recurrentes, debilidad y eventualmente la muerte, José Clemente Larraín, combatiente de la guerra y oficial del regimiento Esmeralda, la definió como “esa maligna fiebre de las costas del Perú” que “solían durar años, y extenuar tanto la naturaleza, que aún los más robustos los hacía morir en medio de vómitos.” Otro mal que aquejó a los expedicionarios fue la viruela, que también causó una alta mortandad. Al respecto, el capellán Pablo Vallier escribió en abril de 1880 que en el lazareto de Iquique, “había siempre como veinte enfermos de viruelas, número que no deja de ser considerable, puesto que se renovaba constantemente, atendido que en la generalidad de los casos morían los enfermos muy pocos días después de su entrada.”
Las epidemias de fiebre amarilla y tifus de 1882
Tras la entrada de las tropas chilenas a Lima en enero de 1881, los restos del ejército peruano que sumaron numerosos a indígenas serranos, comenzaron a operar de la mano de Andrés Cáceres como montoneras en los contrafuertes andinos. La Campaña de la Sierra (1881-1883), fue la más penosa de todo el conflicto, chilenos y peruanos combatieron en territorio agreste, escasos de alimentos y estuvieron expuestos al rigor del clima e infecciones de diversa índole. En efecto, ambos bandos fueron afectados por la epidemia provocada por la bacteria del tifus, propagada a través del contacto con parásitos como piojos y pulgas, provocando entre los contagiados dolores al cuerpo y erupciones, que se desató en el Perú durante el año de 1880 y se extendió por varios años. Ésta se manifestó con toda su fuerza contra los chilenos en el invierno de 1882, cuando incursionaban en la Sierra. La expedición se vio obligada a volver a Lima, debido al mal estado sanitario en que se encontraba. Guillermo Chaparro, oficial del 2º de Línea que participó de la excursión, recordó que en la localidad de Huancayo “Sobre 1.500 a 1.600 individuos de tropa acantonados en esa ciudad, se registraron más de doscientas defunciones causadas por el flagelo, comprendidos entre cuatro médicos cirujanos de las ambulancias, que rindieron su vida en cumplimiento de su abnegada misión”. Según Gonzalo Bulnes, el historiador más importante del conflicto de 1879, en mayo de 1882 los hospitales serranos albergaban al menos 300 chilenos contagiados, lo cual sumado a los que ya habían muerto sumaban cerca de un cuarto de los efectivos que permanecían en la zona.
Del mismo modo, las fuerzas de Cáceres también se vieron afectadas por la enfermedad. En su Memoria escrita en 1883 dirigida a Lizardo Montero, el futuro mandatario del Perú expresó que la aglomeración de personas en la quebrada de Chosica “desarrollaron en el cuartel general fiebres de mala índole, que hacia los meses de Noviembre y Diciembre tomaron un carácter epidémico de funestísimas consecuencias, causando por término medio diez defunciones diarias en el ejército.”
Por su parte, el virus de la fiebre amarilla, transmitida por mosquitos causando fiebre, dolor de cabeza, náuseas además de vómitos y en casos graves generar problemas renales, hepáticos y cardíacos con consecuencias fatales, afectó fundamentalmente a los chilenos. En julio de 1882, el capitán del regimiento Concepción Pedro Vera quien se encontraba en ese momento en la localidad de Moche, en las cercanías de Trujillo, en el norte del Perú, aseguró que la epidemia “nos tiene reducidos al más lamentable estado de postración pues nuestros batallones no son ya aquellos bizarros regimientos, aquellos brillantes cuerpos de infantería que acometieron resueltos y animosos contra la metralla y minas explosivas del camino en los campos de Chorrillos y Miraflores” y agregó que “el terrible azote que trato ha hecho más bajas, relativamente, en las fuerzas de ocupación del norte del Perú que los millones de balas lanzadas por el ejército contra el nuestro en los campos ya mencionados”. Tal fue la dificultad, que los chilenos se vieron obligados a desocupar la zona.
La apreciación de Vera estaba en lo correcto. Según el investigador Mauricio Pelayo, en la Guerra del Pacífico fallecieron alrededor de 5.000 efectivos por enfermedades, casi un tercio más de los muertos en batalla, víctima de las tercianas, viruela, fiebre amarilla, tifus entre otros padecimientos que para los combatientes se transformaron en un artero e implacable enemigo al acecho.
Patricio Ibarra Cifuentes
Centro de Estudios Históricos
Universidad Bernardo O´Higgins